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La capacidad de asombro de José Manuel Fernández


Andrés Cardenas
Siempre nos ponemos como excusa que viajamos para descansar, aunque todos sabemos que donde mejor se descansa es casa de uno, con una hamaca, un buen libro y un botijo de agua fresca al lado. Librarse de uno mismo en un viaje no consiste en madrugar todas las mañanas para hincar la sombrilla en la playa o en comerte una paella inmunda en camiseta, que seguro que te la ponen mejor en el bar de la esquina de tu casa. Además, desde que Jason y los Argonautas no van en busca del vellocino, ni Ulises se da un garbeo por esos mares de Dios, viajar es eso, hacerse foto delante de los monumentos.
Pero una cosa es hacer turismo, visitar sitios, y otra viajar y llevar contigo todas las peculiaridades de un traslado anímico. Hay personas que cuando salen solo se preocupan de quedar bien en las fotos, que las utilizan como para dejar constancia de que han estado en un sitio. No miran. No ven. No observan todo lo que hay a su alrededor. Si fueran roedores abandonarían el hueso por duro a los dos minutos de haber comenzado. Sin embargo hay otros viajeros que intentan sacar la médula de ese hueso a las primeras de cambio. Llegan a un pueblo y mira, observan, hablan con sus habitantes e intentan comprender cuál es su destino en ese trozo de mapa que han visitado.
Uno de estos viajeros es José Manuel Fernández, que se ha recorrido la provincia de Granada en busca de tradiciones, leyendas y casos que se han dado en los pueblos. “Las leyendas de nuestros pueblos” recogen –en un primer tomo, pues ya está el segundo en marcha- una serie de 35 crónicas viajeras. Aunque la mayoría de las cuales ya han sido publicadas en el periódico IDEAL, hay algunas inéditas y otras retocadas cuando han sido afectadas por el paso el tiempo. En ellas José Manuel, mientras anda los caminos, se activa su capacidad de asombro, que es al fin y al cabo lo que se espera del viajero que escribe. Esta capacidad de asombro se convierte en una máquina capaz de generar sensaciones, pensamientos y, al final, la escritura. José Manuel se introduce en la intrahistoria de los pueblos como los mineros se introducían en las minas en busca del valioso material que aquellas podían ofrecerle. Sus impresiones y conversaciones con los lugareños sobre sucesos triviales o sobre leyendas que atesora la localidad, se convierten de pronto en unas crónicas que son capaces de aprobar con suficiencia la temporalidad. Las palabras, los gestos, los ruidos, las creencias y costumbres de todo tipo, son anotados minuciosamente por un viajero que, como los viejos cronistas, sólo lleva en su mochila el recado para escribir sobre todo lo que ve y observa. El resultado es este libro en el cual admiramos aquellos que es aún es capaz de asombrarnos. Podemos decir que tenemos ante los ojos un valioso libro antropológico servido con un lenguaje transido de emociones. En este libro el autor vuelca, en una prosa limpia y ajena de artificios, sus experiencias, vivencias y emociones surgidas del periplo. Descripciones vivas y con una gran expresividad, se mezclan con los saberes antiguos y leyendas que en otros tiempos fueron las causantes del devenir de la historia de la localidad.
Conocí a José Manuel Fernández un día en el que, con su impertérrito sombrero de viaje, se acercó a mí y me propuso un viaje por el mar de La Herradura. Cuando dos viajeros se juntan y hablan de leyendas y sitios comunes que han conocido, inevitablemente surge entre ellos el poder de la complicidad. Por eso, cuando me propuso que escribiera este prólogo, ya sabía que tenía que resaltar de él esa capacidad de asombro que se requiere en alguien que va a viajar. Este libro, de alguna forma, es un desafío a tanto libro documental y a tanta estadística sociológica que, al fin y al cabo, no resuelven nada. En estas crónicas José Manuel contagia su bonhomía personal, su personalidad y su talante abierto y cercano. Un viajero que es capaz de hablar con el primer anciano que encuentre, tiene la mitad de la crónica hecha. Un viajero que es capaz de adentrarse en los temas con olfato periodístico, tiene la crónica entera. José Manuel Fernández se entrega sin remedio a una labor apasionante como es la de escribir con el propósito de que sus experiencias queden en el recuerdo de los hombres.
Víctor de la Serna escribió hace algunos años que Andalucía, en general, era una gran desconocida y que se conoce mal en general porque no se viaja con los cinco sentidos a punto. En aquella ocasión habló de salir por trochas y vericuetos para conquistar la tierra palmo a palmo. Y no tanto para gozarse de su atraso o en lo pintoresco de su incomodidad. José Manuel Fernández precisamente ha conseguido eso con este libro, salir y decirnos que hay muchos lugares en la provincia que hay que conocer fuera de sus tópicos y de sus ruinas. Una Granada que está viva en su pasado y mucho más en su presente.

Andrés Cárdenas